Mi peregrinación a Ñublense

Por Cristóbal Catejo Chacón.

Ñublense a la cancha
Ñublense a la cancha

Para quienes gustamos del fútbol, sabemos que seguir un equipo es algo a ratos difícil de describir. Se crea ese sentimiento de fidelidad y amor al club, que solo los amantes del deporte rey podemos comprender, pero surge la pregunta ¿cómo surge dicha afición?
Hace un par de días atrás, leía un artículo sobre las familias más destacadas de Chillán, muchas de ellas las podemos reconocer hasta el día de hoy y como era de esperar mi apellido no aparecía allí. Y es que mis raíces provienen de mucho más al norte, relativamente cercanas a Santiago. Más aún cuando nací en Chillán, en mi casa rara vez oía de Ñublense, de hecho la vez que se oyó algo, fue porque mi hermano había entrado al estadio el segundo tiempo porque era gratis. El rival era Lota Schwager. Mi padre hincha del fútbol sin equipo conocido (más que la selección) y mi mamá junto a mis dos hermanos hinchas fervientes de la U. Crecí viendo un escudo con varias estrellas en uno de los muros que tenía la pieza que compartíamos con mi hermano. Pasaba el tiempo y yo intentaba identificarme con ese equipo.. pero en definitiva me era ajeno.
A medida que pasó el tiempo, comencé a sintonizar las radios locales y oía de un Ñublense que no conocía. Mis primeros acercamientos fueron unos pocos letreros en el centro que acumulaban papel tras papel al reemplazar ese casillero de visitante que decía “Ñublense v/s …. “, un pequeño furgón con un megáfono invitando al estadio y una calcomanía en el auto de un vecino que decía “Yo estoy con Ñublense, ¿y usted?” por vagos que puedan parecer esos detalles, me intrigaban como niño de 9 años, aun cuando por herencia debía ser hincha de la U.

Promocionando Ñublense
Promocionando Ñublense

Poco a poco fui sintonizando los partidos y disfrutaba cada relato de un equipo que sin saberlo, era mi real equipo. Comenzaba con pequeños detalles a iniciar una peregrinación al club de donde nací, sin saberlo. Quizás hubiese sido más sencillo decir “siempre he sido de Ñublense”, pero fui peregrinando, desde la herencia a la identificación. Aún tengo claro el sintonizar la radio y escuchar ese partido en Linares. Cuando en la segunda parte, Curicó buscaba con todo el empate y el arquero Germán Irarrázaval atajó un penal a Rodrigo Cáceres. Con 10 años, no sabía siquiera donde estaba Linares, pero si sabía que había un grupo de jugadores, que con más garra que fútbol (en esa final de 2004) estaban logrando algo. Así me fui enamorando del club.. cada fin de semana escuchaba los partidos.. no iba al estadio (porque en mi casa nadie iba a ver a Ñublense) pero me estaba haciendo ñublensino. Me encontraba entradas que tenían la foto del plantel en el centro y las pegaba en mis cuadernos. Llegó el 2006 y con 12 años, recuerdo la emoción de haber visto por televisión (junto al vecino del almacén que era de los pocos que tenían TV Cable) el ascenso rojo luego de 26 años, en un partido que se perdía por 0-2 y San Felipe parecía aguar la fiesta, pero que Zanatta logró revertir, para desatar la euforia de un estadio, de la gente y la mía, mientras un Luis Marcoleta levantaba los brazos al cielo con su emblemático gorro que decía “Jesús”, y es que parecía un milagro, después de 26 años. –Desde ahí, nunca dejé de seguir a Ñublense. Grité y celebré ya no como el que sigue las pistas curiosas, sino como el que ha llegado a destino, no como el simpatizante, sino como el hincha. La sencillez de ese auto con megáfono, esos letreros eternamente reutilizados, la calcomanía del auto de mi vecino, la garra de sus jugadores me hicieron querer al club e identificarme con la institución de mi ciudad, de mi provincia, con el club de mi gente, con mi equipo. Sin querer, rompí la herencia, rompí la tradición de una familia azul,, de primos y tíos colocolinos, abuelos cruzados y algún tío que le gusta Cobreloa. Quizás habría sido más reconfortante tener estrellas que lucir y grandes figuras que al recordarlas, cualquier chileno reconocería. La verdad es que Ñublense no tiene grandes trofeos, tampoco ha tenido grandes nombres en sus planteles (aunque si han existido jugadores como Mario Cerendero, Sergio Nichiporuk entre otros) ni goleadores de selección, pero si tiene el sentimiento de su gente y una historia única. Así peregriné desde colores extranjeros, figuras de renombre y palmarés muy nutridos, para quedarme con el reflejo de mi ciudad, de su gente.. de toda una provincia. Para amar una historia de sufrimientos y muchos sin sabores y a ratos una historia de nostalgia cuando se ve que el esfuerzo y la humildad de nuestro querido y amado equipo reflejo de su gente, queda relegado o casi extinto por el instinto economicista, los balances presupuestarios y los flujos de inversión de las actuales SADP.
¿Qué intriga puede sentir un niño de 8 años, si en el centro no ve ni siquiera un letrero que diga que el domingo, hay que llenar el estadio porque juega Ñublense? ¿Cómo podrán muchos pequeños iniciar la peregrinación hacia colores sencillos, si los jugadores ya no van a sus escuelas y no juegan partidos con ellos en el cemento gastado de la cancha del patio?
Hoy, estamos en la B, y aunque no hayan grandes cosas que decir, si le diré a los más chicos, lo que fue aquel último partido frente a La Serena en el antiguo estadio, en donde solo Ñublense era local. La celebración de cuando fuimos a sudamericana, y de cómo estuvimos tan cerca del cielo que si hubiese sido un campeonato regular y no con play off, abríamos bajado la primera estrella en primera. Pero por que no soñar, que por lo menos en el futuro, el fútbol volverá a ser nuestro, patrimonio del ñublensino en los campos, cerros, praderas y mar, que volverá a llenar el estadio, cuando vean que el club nuevamente refleja, la esencia de la gente, de su tierra y de su historia.

Cristobal Catejo
Cristobal Catejo

Cristóbal Catejo Chacón
Estudiante de Pedagogía en Historia y Geografía UBB
Relator en Tribuna Roja
Columnista de Chillán Activo y Chillanense.cl

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